El paraíso recobrado
Hace nueve años, dos hombres iniciaron una aventura extraordinaria: ser los primeros en encontrar y documentar todas las especies de aves del paraíso.
En Nueva Guinea los canguros trepan a los árboles, y mariposas del tamaño de un frisbee surcan bosques lluviosos donde mamíferos ovíparos se escabullen por el fango. Las ranas lucen unas narices que recuerdan la de Cyrano, y los ríos rebosan de peces irisados.
Sin embargo, ninguna maravilla natural de esta isla ha fascinado a los científicos tan profundamente como las criaturas aladas a las que el naturalista del siglo XIX Alfred Russel Wallace describió como «los más extraordinarios y bellos habitantes emplumados de la Tierra»: las aves del paraíso.
Las 39 especies se encuentran únicamente en Nueva Guinea y unas pocas áreas cercanas, y pese a muchos decenios de exploración e investigación, nadie había conseguido nunca verlas a todas… hasta ahora.
En 2003 el ornitólogo de la Universidad Cornell Edward Scholes y el biólogo y fotógrafo Tim Laman empezaron a planear una búsqueda para documentar todas las especies de aves del paraíso. Necesitaron ocho años y 18 expediciones a algunos de los paisajes más exóticos del planeta. Mediante fotografías, vídeos y grabaciones de audio (además de los lápices y libretas de toda la vida), captaron exhibiciones y conductas de cortejo antes desconocidas para la ciencia.
El mundo natural ofrece pocos espectáculos tan curiosos como los rituales de apareamiento de los machos de la familia de los paradiseidos. Las explosiones de plumas doradas, las danzas tan estilizadas que hasta pueden parecer cómicas, los filamentos táctiles que recuerdan las antenas de un robot, los collares iridiscentes y los colores más brillantes que las gemas… toda esa extravagancia tiene un único propósito: atraer la atención de tantas hembras como sea posible.
Las aves del paraíso representan un ejemplo extremo de la teoría de la selección sexual de Charles Darwin, según la cual las hembras eligen pareja atendiendo a ciertos rasgos que les resultan atractivos, aumentando así la probabilidad de que esos rasgos se transmitan a la siguiente generación. La abundancia de comida y la escasez de depredadores en Nueva Guinea han hecho posible la difusión de estas aves, y también la exageración de sus rasgos más atractivos.
Laman y Scholes se propusieron documentar estas aves de un modo insólito hasta entonces: desde el punto de vista de las hembras. En la isla Batanta, al oeste de Nueva Guinea, Laman trepó 50 metros hasta el dosel del bosque lluvioso para fotografiar el ritual de apareamiento del ave del paraíso roja. En la península de Huon, unos 2.000 kilómetros al este, montó una cámara en la rama de un árbol y la orientó hacia abajo para obtener la visión que una hembra tiene de las coloridas plumas pectorales y el «tutú» de bailarina de un ave del paraíso de Wahnes macho.
Aunque los dos tenían experiencia en los trópicos antes de emprender esta aventura, ninguno podía imaginar lo que les esperaba. Soportaron angustiosos viajes en helicóptero y largas caminatas por caminos inundados, y en dos ocasiones quedaron a la deriva en el mar cuando fallaron los motores de su embarcación. Pasaron más de 2.000 horas sentados en un pequeño escondite fotográfico, observando y esperando, a cambio de breves momentos en los que hicieron emocionantes descubrimientos, como cuando obtuvieron la primera imagen de un ave del paraíso de las Arfak en su postura invertida de cortejo.
El avistamiento de un ave del paraíso de la Jobi, negra y azul, marcó el final de la búsqueda en junio de 2011. Scholes y Laman esperan que su trabajo sea un acicate para la conservación en Nueva Guinea, donde hasta ahora el hábitat de esas aves solo ha estado protegido por su ubicación remota. Como escribió Wallace: «La naturaleza parece haber tomado todas las precauciones para que este, su tesoro más preciado, no pierda su valor por ser demasiado fácil de conseguir».
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